Tal vez parezca una lectura desfasada. Fue escrita cuando ETA existía, mantenía su triste y ominosa presencia en nuestro entorno político, dejando tras de sí dolor, sangre, sufrimiento. Algo que, afortunadamente, ha cambiado radicalmente por mucho que insistan algunos para mantenerlo en el candelero político de la actualidad.
El libro en sí tiene vigencia. Es una profunda reflexión sobre las naciones, las patrias, la nacionalidades, es decir, todas esas cosas por la que se demanda que sangre joven sea derramada, mientras malvadas sangres, sabias pero perversas se mantienen al calor de lejanos despachos siempre apartados de donde se dirimen las batallas. Fernando Savater, como es habitual en él, nos deja su sello de anti fanatismo, reflexivo, sereno y sobre todo valiente. Sus especulaciones intelectuales enriquecen, rasgan esa pátina de óxido que recubre nuestra mentes cuando se acomodan en actitudes irreflexivas, lejos de cualquier inquietud pensadora.
En mi caso me repele todas esas cortinas de humo que venden que lo mejor de los mundos es el de nuestra patria. El hombre, como especie se ha erigido en el centro del universo, la tierra, mi continente, mi país, mi región, mi ciudad, mi barrio, mi calle, mi edificio, mi planta, mi casa... en definitiva YO.
Cualquier nacionalismo acérrimo me repele: y ciñéndome a mi país, tanto me repugna el nacionalismo catalán, vasco, como el españolista.
Mi patria la conforma todo aquello que respira, ama, sufre, llora, ríe independientemente del color de su piel, del lugar donde haya nacido, del dios al que le rece.