Disponerse a leer a García Márquez siempre viene marcado por un marchamo de garantía de literatura de calidad. Y esta obra no contradice ni un ápice esa certidumbre. Es una más de las genialidades características de Gabo, su magia envolvente, la persuasión cierta del enamoramiento del lector hacia sus personajes, siempre rodeados de una aureola magnética, atrapante, seductora, creíbles por muy escéptico que se sea. ¿Cómo no creer en la posibilidad de levitación, en una sonrisa cautivadora, en una mirada fulminante, si esos actos emanan de la pluma de tan genial autor? Yo al menos me dejo embaucar por ese realismo mágico.
La obra en si es hermosa, sus personajes principales están abocados a un destino que se muestra irremisible, determinante, del que nadie puede zafarse por más que se intente. La superstición, aunque se le denomine de cualquier otra manera, la creencias profundamente arraigadas por decenios que hacen inquebrantable su consumación, el fanatismo de quienes están aferrados a inamovibles presunciones, creer ciegamente en quienes visten hábitos, a quienes como dice el autor, están enterradas en vida, refiriéndose a las clarisas, lleva a nuestro personaje a un irremediable y fatídico destino.
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