Si alguien algún día me pregunta por una novela de aventura sin lugar a dudas esta sería mi respuesta: La isla del Tesoro. No cabe más aventura, no hay mejor prototipo para definirla. Repleta de malvados piratas, de hombre rudos curtidos por la dura vida marinera, es el estereotipo por antonomasia de la acción trepidante, en un cuadro repleto de imágenes marinas, de brisa de mar fresca y salobre, del crepitar de jarcias y arboladuras, del grito de las gaviotas, del son de las olas rompiendo contra el casco de una goleta; del balanceo constante de la nave, de la intriga y ardides de tripulaciones poco de fiar. No puede faltar el arquetipo de hombre de una sola pierna, loro al hombro y el aliento oliendo a ron. Si, mucho, muchísimo ron que viene a suavizar las aciagas jornadas de navegaciones arduas y duras. Pero en este caso en concreto, la dureza y maldad de John "El largo" relumbra con un rayo esperanzador, repleto de inteligencia y astucia. Mucho nos queda que aprender a los buenos de esos hombres malos.
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