Hoy, transcurridos dieciséis años de aquella mañana fría de enero en que lo dejé abandonado, me asaltan los recuerdos con asombrosa nitidez, como si apenas hubiese mediado unas semanas. Recuerdo como hube de alejarme con forzada decisión sin atreverme a enfrentarme a su mirada que adivinada tras de mí, para no caer en sus lastimeras súplicas, en las deleitosas tentaciones que me ofrecía con gesto mudo, sin embargo tan sugestivos. De haberme vuelto y contemplarlo allí quieto, con silenciosa malicia, triste y solitario de seguro no hubiese reunido la fuerza suficiente para proseguir con firmeza y mi irresoluble estado de ánimo, como tantas otras veces la determinación tan firme y resuelta, consolidada con definitiva tenacidad antes de dormirme la víspera se diluiría con rapidez con las primeras luces de la mañana. Tenía que seguir adelante en mi decisión sin sucumbir a sus ruegos para que no se quebrase con la fragilidad de una pieza del más refinado de los cristales. Era débil ante él. Era sumamente timorato ante la idea de dejarlo definitivamente tras tantos y tantos años juntos, aún a sabiendas de lo perjudicial de nuestra relación. Mi voluntad mostraba una flaqueza inexplicable ante él. Una y otra vez claudiqué ante sus atractivos ofrecimientos. Una y otra vez aplacé la voluntad perentoria de que aquel sería el día, que aquel sería el último día, el momento definitivo y sin posibilidad de marcha atrás. Pero una y otra vez capitulé, me dejaba arrastrar por el deseo y el placer que me proporcionaba.
Pero aquella mañana lo abandoné. Algo inmensamente fuerte me instaba a volver. Más fuerte era mi voluntad de desoír esa voz suplicante que me rogaba volver. Al comienzo de manera suave, rogante, para convertirse en imperativa y crecer con vehemencia hasta hacerse intolerable, casi doloroso.
No fue fácil abstráeme a su recuerdo. No fue fácil desoír esa voz interior que me instaba a rescatarlo de aquél abandono que me pareció cruel y despiadado.
Pero hoy, transcurrido tanto tiempo, apenas recuerdo nada del él. Sólo aquel lomo donde una pavorosa advertencia me prevenía de las nefastas consecuencias de nuestra, hasta entonces, inquebrantable relación:
FUMAR MATA.
PD Esto fue escrito hace unos años, el abandono se produjo el 20 de enero de 1998,
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