Blande la mano una espada emponzoñada de ira
Hiende el aire el acero de hielo,
Hiere la carne, brota la sangre en una tétrica sonrisa en ella abierta.
Grita la boca un alarido de dolor,
Un gemido desesperado por la vida que se escapa.
Bebe la tierra la sangre derramada, sea noble o plebeya, con la misma avidez.
Deja tras de sí un reguero de lágrima, dolor y llanto,
Una estela de viudas plañideras, de huérfanos llorosos.
Sobre los cuerpos que pronto serán solo un recuerdo, contemplan los dioses la obra de sus detractores, o de quiénes les loan y alaban espada en mano.
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