La obra autobiográfica de Arturo Serra Montesino está bien escrita, muy bien escrita. Es una añoranza de la infancia enmarcada en el contexto sociopolítico de esos años, que vistos desde la actual perspectiva fueron años grises, manipulados, manoseados por una etapa ominosa de nuestra historia reciente, pero resplandecientes de colorido que embadurna todo cuando se es niño, todo teñido por esa aureola que colorea de inocencia nuestras vidas infantiles y que somos capaces de retener, otra cosa es saber expresarlo. No solo son las vivencias de un crío, aparentemente espabilado, precoz, capaz de revivir a pesar de los años transcurridos aquellos años que a todos, de un modo u otro nos han marcado. A unos más, a otros menos, que nos llenaron de felicidad a la mayoría, otros sufrieron desdichas, sinsabores que fueron sabiamente arrinconados en un cobijo alejado de nuestra memoria.
Veo que Arturo tuvo una infancia feliz, llena de amor de los suyos y hacia los suyos y que él define y describe con sapiencia, siendo capaz de transmitir esas evocaciones con nitidez y maestría.
Lo he pasado bien con su lectura, me ha enriquecido, ha rascado en mis recuerdos, que no son los suyos pero ha sido capaz de sacarlos de un involuntario letargo.
Por poner una pega, lamento su cambio de colores futbolísticos. Ja, ja, ja.
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