Narra el viaje del tangerino Ibn Battuta por países islámicos en el siglo XIV. En un principio quedé atrapado por la magia del relato, la descripción de las ciudades, de la vida cotidiana de la época, de los usos y costumbres de los pueblos alejados de los nuestros, no solo territorialmente sino, sobre todo, en sus interpretaciones de la cotidianidad.
Pero esa magia se va diluyendo conforme avanza el relato. Se hace espesa por reiterativa, monótona por repetitiva, constante y persistente. Ibn Battuta viaja a través de diversos países, pero todos regidos por la persistente globalización del islam. Con idénticas leyes, con parejos castigos. Lo que la ley penaliza en un lado lo hace en el otro, lo que resalta en un lugar resalta con la misma brillantez en ese otro lugar, lejano pero uniformado por la religión.
Toda la fascinación inicial se ve contrarrestada por la falta de sorpresa, el robo está castigado del mismo modo aquí y allá, el adulterio (entiéndase el femenino, no faltaría más) es tan execrable allá y acullá. La hospitalidad es exacta en cualquier lado. La mirada del viajero está mediatizada por sus creencias.
Es enriquecedor el libro, como todos los que nos hacen viajar en el tiempo y en el espacio, pero excesivamente subjetivo e influenciado por la inamovibles convicciones del viajero. He echado de menos un espíritu cargado de mayor crítica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario