miércoles, 10 de junio de 2020

Un museo de la felicidad






Yo, como Benedetti, echo de menos un museo de la felicidad, donde en amplias salas se muestren sonrisas, risas, incluso carcajadas, sin importar la estridencia. Una sala donde se exhiba el dulce sabor de un beso largamente esperado y al fin satisfecho; una caricia anhelada y ahora gozada; un reencuentro aguardado con impaciencia y finalmente complacido. Donde se pueda contemplar la agradecida sonrisa de un bebé saciado del pecho, henchido de felicidad, de su madre. De la madre, cumplido el sueño, de apreciar el regreso del hijo sonriente por reencontrase con la persona añorada. El mágico instante del estudiante graduado, del escritor publicado, el poeta recitado, del deportista fichado por el club de su vida, del pintor expuesto, del trabajador contratado. Son efímeros, sí, pero son tantos que no existe sala capaz de albergarlos a todos, para ello debería ser el museo más grande del mundo.

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