Calificar esta obra de romántica es frivolizar su contenido. Claro que es romántica, porque fundamentalmente habla de amor, pero lo hace enmarcado en un cuadro que nos describe una sociedad llena de prejuicios, siempre revestidos de la mayor de las hipocresías inherente a una clase aristocrática impulsada por sentimientos excluyentes, por actitudes de apariencia, parapetada en el artificio de los buenos y refinados modales, que todo parece justificar. No solo basta con tener buenos recursos económicos sino poseer un comportamiento que así lo avalen. La moral de los personajes solo está justificada en un encuadramiento discriminatorio hacia todo aquello que no pueda ser incluido entre esos cánones inflexibles.
Pero no sólo es romántica, no solo es una crítica social a esa sociedad hipócrita con una innegable patina de falsedad y fingimiento sino que es profunda en los perfiles sicológicos de los personajes. ¿Qué lector puede negar que se ha dejado atrapar por la cautivadora personalidad de Elizabeth Bennet, mas que por su sospechada e intuida belleza nunca antepuesta a su comportamiento y enorme integridad ética? ¿Qué lectora no ha sentido irreversible atracción por Mr. Darcy, no el más bello de los hombres, tan siquiera, en apariencia, el más integro? Eso solo se debe a la maestría descriptiva de Austen. Sus personajes están vivos, transcienden las páginas de su obra.
Me ha llamado mucho la atención la evolución del pensamiento de la protagonista. Nada es perenne, nada es inamovible. Nada es lo que parece hay que dar alas a la imaginación y poner en entredicho cualquier tipo de orgullo y de prejuicio.
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