Hace años que lo leí por primera vez. Mi juventud, mis ansias de cambio, mi horizonte, que en vez de estar más despejado se encontraba mucho más limitado, hizo que el libro se me presentara de un modo decepcionante. No. No me sedujo, no me atrapó su lectura, buscaba más matices ideológicos, esos que ya impregnaban mi mente y que hoy se han asentado, despejando el horizonte con menores corsés y mucho mayor flexibilidad.
La lectura reciente me ha cautivado. Sus personajes se han perfilado con nitidez, el mundo que representa el Callejón de Midaq, el callejón de los Milagros, que no es otra cosa que un micromundo donde la gente ama, sufre, ríe, llora, vive, o al menos trata de vivir. Para algunos es toda su vida, para otros una celda de estrechos muros donde se respira un aire corrompido, viciado, donde la falta de medios hace que suspire por lugares lejanos, distinto a ese mundo al que se ven abocados a subsistir. Es una lectura absolutamente recomendable que te adentra en ese mundo mágico que destila el mundo árabe, a pesar de sus ceñimientos a creencias religiosas que son asfixiantes.
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