sábado, 11 de septiembre de 2021

Ardores de Agosto de Andrea Camilleri

En los días calurosos, ardientes; en esos días donde vestimenta y piel se confunden por el sudor, me refugio en Camilleri. Esa flema fogosa solo se suaviza y palía un poco con los avatares de Montalbano. Esa lectura me reporta la ansiada frescura de una breve brisa, inesperada pero anhelada, sorprendente pero que aporta una renovado júbilo.
Estos Ardores de Agosto me han llenado del feliz escabullimiento de la realidad, me ha despertado risotadas, simpáticas ocurrencias, de belleza femenina, de astucia mujeril que embaucaban la despierta mente del dottore hasta hacerle caer en la más banal inocencia. Se adormecieron las socarronerías del comisario hechizado por el esplendor de una doncella pero sobre todo por sus argucias. Siempre son sorprendentes, ingeniosos los finales de las novelas de la saga. Nada es trivial en su narrativa, te hace reflexionar, ver un mundo que discurre como si nada en el entorno, pero, sin embargo, es socialmente reprobable, censurable. Una de las cosas que más feliz me hace es pensar que solo estoy a mitad de la odisea.

 

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