Es como mantener dos lecturas simultáneas. Por un lado los avatares de un reportero novato, en países de los cuales desconoce absolutamente todo, desde el idioma a las costumbres, la historia, el presente y, por supuesto, su futuro. Todos los oficios se aprenden o perfeccionan caminando por sus sendas, tropezando una y otra vez en cada piedra del camino, tomando la ruta equivocada, rectificando una y otra vez. Sin embargo, capta la esencia de todos ellos y nos las describe con maestría. En su primer viaje a la India, a China, a Etiopía, al Congo es capaz el autor de embriagarnos con sus aromas, sus abigarrado colorido, sus bullicios, las sonrisas dibujadas en labios que no saben saludarte en tu idioma, pero se hacen comprensibles de manera inmediata. Los rictus de tristeza, de miedo, de inquietud, de terror se perfilan en ese idioma común a todos los humanos, dibujados en un gesto facial, en una mirada, en una mueca labial.
Mientras tanto el autor, malditos su nombre y apellido, lee la Historia de Heródoto adentrándonos en las vicisitudes de nuestros antepasados, aquellos que cimentaron nuestro presente con sólida y sórdida base histórica.
Es un lectura entretenida, enriquecedora, saciante de saber y provechosa en su universalidad.
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