Refrescante como todos los de Montalbano. Con su consabida discreción resuelve, con su habitual maestría, casos complejos entre platos y platos de pasta y salmonetes fritos. Siempre está en un segundo plano, desdibujando su protagonismo, desdeñando las jerarquías, igualando los rangos pero manteniendo a cada cual en su sitio. Tanto en esta novela como en la anterior el comisario transgrede uno de sus más sagrado principio.
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