Novela, extraña, difícil, compleja. Te encandila o se te hace odiosa, pesada. Es como el collage de diversas imágenes bien encuadradas, enfocadas con arte, pero inconexas. Es como una batalla con múltiples frentes, dispersos y alejados, pero perteneciente a una misma guerra. Es como un patchwork de retales abigarrados, coloristas, deslavazados que solo la mano diestra de costura habilidosa e hilos mágicos fuese capaz de dar una forma definitiva, bella, hermosa.
Soler escribe sobre su ciudad, la mía, de sus gentes, del maremagno social que la configura. De las gentes que puedes encontrarte cualquier día en el supermercado, en el quiosco, en la farmacia o en el bar de la esquina. Las voces de los personajes modulan sus palabras como modulan mis vecinos las suyas. En un andaluz natural, no peyorativo. Sus personajes son mis vecinos, los nuestros, los de cualquiera de nosotros. Con sus formas de vestir, de caminar, de moverse por el mundo, de amar y ser amados, de sufrir y hacer sufrir, de odiar y ser odiados. Seres humanos en definitiva con independencia de sus dejes y acentos.
Las imágenes se suceden con frenesís, con golpes gráficos y efectos literarios, casi poéticos, veo la mella en su sonrisa cuando es descrita, la luz de una mirada entre tímida y capciosa. El cubismo hecho literatura. ¿A quien me recuerda Soler en su narrativa? A pesar de su peculiaridad descriptiva, en mi mente suenan campanas pero el origen de su repiqueo me es desconocido. Algún recuerdo remoto incita mi curiosidad.
Sus personajes deambulan por el texto, algunos levitan, otros arrastran los pies pesada y ruidosamente. Se intercalan. Saltan de una esquina de la ciudad a otra, de un día concreto, en el que todo sucede, a recuerdos, al pasado.
El sexo está presente en el libro de modo obcecado en ellos, más condescendiente en ellas, pero no por ello menos determinante. Hay escenas eróticas de enorme calidad literarias, muy alejadas de la obscenidad pornográfica y del mal gusto. El sexo, como en la vida misma, despojándolo de cualquier disfraz hipócrita es el epicentro que cosquillea nuestro cerebro, corazón, pulmones, hígado y riñones, que recorre con persistencia nuestra médula espinal de arriba a abajo y de abajo a arriba, hasta que a veces, con demasiada frecuencia, el órgano pensante no es el compuesto por la llamada materia gris sino el que tiene funciones reproductivas, entre otras cosas.
Soler hace un alarde de maestro manejador de la habilidad narrativa hasta convertir todo esto en una novela extraña, difícil, compleja. extraordinaria y espectacular.
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