¡Qué grata sorpresa me he llevado! Siempre miré a Dª Emilia como una remilgada romántica, carente de cualquier consciencia social que la hiciese ver algo más allá de su entorno casi aristocrático, frívolo, sensiblero. Pues no, me equivoqué y de lleno. Toda su obra está repleta de guiños. Qué digo de guiños, de ostentosos y pocos disimulados aspavientos en favor de los más desfavorecidos. Cada frase, cada párrafo lleva un destacado tinte de denuncia social, de feminismo muy adelantado para su época. Nos descubre el paisaje de la Galicia profunda, de sus insalvables desigualdades, como los usos y costumbres medievales se resisten a ser destruidas, superadas, enterradas para siempre. La mujer, sea de la clase social que sea, siempre anda sometida a la tutela masculina, primero el padre, luego el marido.
Repasa uno y otro de los hechos latentes, un cura que se debate entre el amor a Dios, a su sometimiento a la fe ciega o la entrega y redición a los seres humanos que sufren, aman, padecen en su entorno. Un médico entregado de lleno a la ciencia y sus beneficios, lector de Darwin.
En fin, un hermoso y crudo retrato del siglo XIX.
La imagen final de la obra no puede ser calificada más que de impactante. Algo sublime que antecede al punto y final de la novela.
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