De haber sido el primer libro que leo de Ruiz Zafón, andaría encandilado con su prosa, su adjetivación reforzada. sus descripciones casi poéticas, vigorizadas, con complementos vitamínicos literarios. Pero es precisamente esa prosa suave y gelatinosa la que me repele, siempre llena de láminas de luces que penetran por los resquicios de las puertas, sombras violetas que emergen de profundas tenebrosidades las que me empalagan.
Toda obra artística transciende a su autor, más allá de la última pincelada que rubrica la firma de un cuadro, el punto final que cierra un libro, la última cincelada que remata una escultura, son capaces de despertar sensaciones, sentimientos, ternuras, tristeza o dolores transcurridos, segundos, minutos, días, años o siglos después de que fueran creadas y sentidas por el autor.
La trama de Marina me parece enrevesada, intrincada, profusamente imaginativa, ciertamente inverosímil. Pero algo me ha atrapado. No es una obra que haya leído sino oído. El recurso del audiolibro me ha atrapado, mientras reclamo los placeres del sueño disfruto de imagines evocadas por voces maravillosas, sensuales.
No negaré la mágica atmósfera que envuelve el libro, su tensión, su halo seductor y misterioso.
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