lunes, 14 de junio de 2021

Mientras dure el verano de Lucia Gil.

¿Qué me indujo a comenzar la lectura de esta novela? Sobre todo saber qué ruta sigue las nuevas generaciones de escritores. Qué temáticas les interesa, cuales son las preocupaciones que les inquieta, donde se halla el prisma con el cual contemplan el mundo. También, he de confesar, que fue de los pocos audiolibros, modalidad a la que ando acostumbrándome sin perder el sano hábito de la lectura, que encontré libre en mi biblioteca pública.
Lo primero que detecté fue la simpleza intelectual de los personajes, seres que se dejan embaucar por novedosas tecnologías, que los criterios de seguidores en Instagram determinan mucho a la hora de decantar una elección, y eso no me gusta nada. Eso también lo estoy detectando con mis propios ojos, sin que medie ninguna denuncia literaria, sin que ningún texto literario trate de abrirme la visión de lo que acontece en torno al mundo. Siempre he creído que el intelectual, el artista está ahí para despertar las conciencias, para incitarlas, para ejercer como el primer café de la mañana que nos da la bienvenida al mundo cada día y arrancarnos de ese plácido sueño que nos ha llenado de energía nocturna.
Todo lo que he detectado de "moderno" es que se habla de Cabify en vez de taxi, lo cual me produce un espeluznante rechazo, una multinacional como símbolo de modernidad sobre miles de familias que paga con cierta religiosidad sus impuestos, tienen controladas sus tarifas para impedir los abusos, más allá de la picaresca reprochable de más de un taxista. Pero lo que más me ha llamado la atención es que las chicas hablan con fingida naturalidad de las relaciones homosexuales, como hito de una reivindicada normalidad. Para mi, eso no es más que un signo de libertad, cada cual se mete en la cama con quien le apetezca, con quien ame, con quien le guste, con quien le atraiga y nadie, absolutamente nadie puede reprochar esa actitud mientras esa voluntad sea reciproca. No, eso es libertad y no modernidad. Libertad largamente vetada y que ahora es mucho más permisiva, ¿permisiva? ¿Quién ha de permitir que yo ame o no a un ser de mi mismo sexo? Conste que soy heterosexual, eso a nadie le importa, pero sí, lo soy. Me gustan, me encantan las mujeres pero no me produce ningún rechazo que dos hombres se amen, que dos mujeres se quieran, ninguno.
De ahí viene mi decepción de este libro. No se puede preponderar como hito de libertad, algo que se lleva años combatiendo. Tiene que haber algo más y ese algo más no lo he encontrado en este libro.
Por favor, que alguien me diga que esos no son los hitos históricos de la nueva normalidad.

 

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