Cada vez que leo un libro sobre filosofía me queda un regusto amargo, como quien se deja algo por el camino sin haber sabido retenerlo. Es como transportar un saco de grano de un supuesto punto A a un apartado punto B. Tras el ímprobo esfuerzo compruebas que en el saco hay un pequeño agujero por el cual se va menguando la carga, esta se esparce irremisiblemente en el recorrido y al final te queda ese sinsabor de haber dejado en el camino parte esencial de la carga, parte irrecuperable, desperdiciada.
Con este libro esa sensación se ha visto aliviada, he sido capaz de retener mucho más de lo esperado, tal vez por el lenguaje sencillo, directo del autor. Hoy soy mucho más capaz de meditar sobre los pensamientos de esos grandes pensadores que nos ha ofrecido la humanidad. Una luz, aún tenue, me ha alumbrado el camino, me siento más cercano a Sócrates, a Platón, a Aristóteles, veo con meridiana claridad la mente de San Agustín y Boecio, la muerte de Dios antes de Nietzsche, en los escritos de los ilustrados. Hoy me siento más cerca de Epicuro, en su racional hedonismo; de Marx me reafirmo mucho más en él; Hegel se me hace menos árido, más luminoso. Kant y ese larguísimo elenco de pensadores. Es una lectura absolutamente recomendable para quienes sienta el escozor de la curiosidad.
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